Hoy sopla un osado viento de invierno sobre el mar. Esta mañana me he levantado muy pronto, pensando cómo os cuento la llegada de las Navidades sin hablar de las alternativas a los turrones, el mazapán y el cordero al horno. Cuando se han dado ya varias vueltas al calendario en un blog, parece que ya lo has recorrido todo. Lo personal y lo universal que nos une.
Y entonces ha pensado en contaros la Navidad con un cuento. Pero el mejor relato para ello ya existe: es el Cuento de Navidad de Charles Dickens
Un clásico precioso para compartir a vuestros niños estos días porque narra la historia de esa gran transformación que todos queremos ver en el mundo. La historia de un hombre huraño que cambia su malvada forma de ser en unas frías navidades, después de recibir la visita de tres fantasmas que le permiten ver las navidades pasadas, presentes y futuras.
Un cuento maravilloso que nos lleva a lo que representa para el corazón el espíritu de la Navidad: el deseo de ser mejores y tener solo sentimientos de bondad. Precioso para cultivar la generosidad en nuestros niños.
Pero luego está la otra Navidad. La de los adultos, la de los tarjetazos de visa, el asalto obligado a las tiendas, las discusiones en los encuentros, los golpes de piernas por debajo de la mesa diciendo : » Cállate que te está buscando un lío con mi madre» . Las miradas de reojo. «Ya está mi cuñadito con el incremento de ventas que ha tenido este año. Parece que está en la junta de accionistas en lugar de una comida familiar….» Y tu mujer que te dice: «Ni una copa más que se te acumula donde los últimos 5 kilos». Y todo esto, esperando que los móviles no se sitúen a la derecha del cuchillo para pescado, como el último año. Que solo faltó ponerles un soporte para integrarlos en la decoración de la mesa y en la familia.
Vaya lío se monta cada Navidad en la casa del anfitrión. En nuestro caso (que no tengo el placer de conocer a ese cuñado ejecutivo, pero se bebe vino como en todas las casas) mi madre tiene que empezar a cocinar un día antes. Prepara esa sopa cubierta que fue menú de boda en los pueblos valencianos durante décadas y cocido con pilotes. Da mucho trabajo. Y somos tantos que utiliza una olla que solo se emplea en estas ocasiones especiales.
Pero también os tengo que decir que hace unos años creé mi disputa particular en la mesa. Allí llegué yo con el menú alternativo: Crema de calabaza al aroma de jengibre, pastel de puerros con almendras, bolitas de mijo con piñones…Y monté el lío de tener que elegir o tomar una comida doble.
Las tentaciones, en Navidad, son de peso. Y mis cuidados platos siempre corren el riesgo de perder. Mi propia hija se queda con el caldo de gallina. «Mamá……Una vez al año….» -me dice. Y sé que mis hermanas sufren pensando: «Pobrecita, en casa no puede comer carne…». Lo cierto es que yo la tomé de pequeña. Y no sé si tienen razón o no. Es decir, no sé si ella sufre. Yo creo que no! Pero a ellas también les encanta mi crema de calabaza y se la llevan a casa en un taper cuando sobra.
En el fondo, mi hija, con dieciséis años, es como aquella vecinita de nueve que teníamos cuando viviamos en la playa del Grao de Castellón (uyy, no debería dar estas pistas porque podría quedar al descubierto nuestro secreto). Andrea era hija de vegetarianos y cuando venía a casa se metía en la cocina y nos pedía un trozo de chorizo. Se lo dábamos a escondidas de sus padres. ¿Qué íbamos a hacer si no? Nos debía parecer que se le estaba privando de una delicatesen porque a la niña se le ponían los ojos en blanco cuando veía el chorizo……Y cómo cambian las cosas! Ahora es mi niña la que pide caldo de ave en Navidad. Y lo más navideño me parece dejar que lo tome. ¿Cómo y por qué frenar lo que son sus elecciones si va a acabar cocinando un día en su casa lo que quiera y como ella lo quiera?
Me alegra mucho poder mostrarle otra forma de nutrirse. Es un camino que me honra que me haya elegido para andarlo. Pero, con el tiempo, y cada vez que doy más pasos más justo lo veo, ella crece y toma sus decisiones. No deseo que recuerde las comidas en casa de su abuela con el aroma de la sopa entrando en su nariz, viendo tomar el plato a la mitad de la mesa y acabar odiando mi crema de calabaza. Eso sería poco navideño y muy talibán. Nada amoroso. Soy yo quien no quiere sopa de ave. Ella quiere probar eso tan delicioso que se prepara de forma tradicional en Navidades. Y tengo la inmensa suerte de que mi madre, por convicción, y a sus setenta y cinco años, lo consume todo ecológico.
Todo esto son cosas que no se cuentan. Porque tampoco las contó Dickens en su cuento de Navidad. Donde, por cierto, había un pavo. Pero existen. Como existe el cordero el horno. Y las montañas de dulces empachosos que acaban arruinando la mejor comida. Eso sí, el turrón y los dulces con azúcar mi hija ya no los prueba. Reconoce el efecto de la glucosa rápida en su cuerpo. Y prefiere mis postres.
Yo sigo con mis menús y os invito a que nunca dejéis de buscar en este camino.
Y si además esta Navidad, queréis salvar al pavo. Y al cordero. Y al pollo. Pero no por ser animalistas, si no por ser buscadoras (buscadores), os invito a dar un vistazo a mi TALLER de DULCES NAVIDEÑOS y PLATOS FESTIVOS. Este finde, a solo 20 euros. Con solo hacer clik encontrarás el post de regalo: ¿Por qué todo lo celebramos con venenos? y 7 Dulces de Navidad Sin.